martes, 23 de marzo de 2010

MEN vs. MANN (libelo contra la mediocridad)

Jac PENN

Cumplida su función asesina el hueso es lanzado por un homínido al cielo y suspendido en el aire se torna astronave. Sobre la obertura de una pieza de STRAUSS inspirada por el denostado anunciante del advenimiento del superhombre, es el preámbulo fílmico del relato que KUBRICK encargó a CLARKE para 2001. Una Odisea en el Espacio. Novela futurista escrita en la Sri Lanka de los años 60' del pasado siglo y curiosa metáfora sobre el vergonzante progreso humano en el que, para anotarse tímidos avances algunos fuerzan tantísimos pasos atrás.
Recobra fuerza el ruído de sables nunca del todo apagado en la vieja Europa, ya sólo para dar órdenes como vestigios de autoridad forzada. Polarizan e invierten los más altos valores culturales-científicos, filosóficos e intelectuales- tan costosamente alcanzados y MANN, y todo el que se le parezca, que puede avenirse a casi todo menos a salvapatrias -sobre todo si es esta la que procura su propia perdición- cede; desplazado por segundones tanto tiempo emboscados al acecho y oportunidad de que un tirano de crédito a sus magníficas insidias alimentadas por tan dilatada y enconada envidia, que no es afán emitador sino imposible brillantez distintiva pero paralela.
Descartados los principios sólo resta la esperanza en buenos finales y aguardarlos refugiado en La Montaña Mágica desde donde observa el devenir de los avatares, la descomposición del valle. Sobrelleva en el sanatorio una probable enfermedad física y una más cierta dolencia anímica: duelo por la civilización en manos de mercaderes, tratantes de pescado de ayer. Inelucible el descenso no es para convenir al desquiciamiento sino que, fiel incluso a su posible error y pecador de idealismo, rechaza la subversión etimológica y mucho más la del respeto que, como base tiene la tolerancia fundada en conceptos de diferencia, solidaridad y equidad. Constructos sólo abstractos para individualistas interesados en el menoscabo. Reclama privilegios el carente de su merecimiento. No hay patria ni bandera que merezca defensa en colaboración al despropósito, y este no deja aire a quien censure sus piras bibliófilas o proclame cordura en lo que, por oposición, ahora es locura.
Aquejado de algo similar al mal de Stendhal emprende un remedo de Grand Tour en la madurez a la búsqueda de territorios más... cálidos y ni en ellos logra dejar de encontrarse y desenmascarar al dictadorzuelo disfrazado de embaucador prestidigitador. Sin evitar la confrontación es otra la meta que persigue embebido de bohemia decadentista -decepción- para trazar La Muerte en Venecia en la que aun los difamadores señalaran un vil sesgo pedófilo en lo que no es más que anhelo y enamoramiento de la belleza e ingenuidad infantil de la candorosa y lúmpida transparencia de lo inmaculado sin malicia ni doblez: y creía estar viendo a Jacinto, el joven condenado a morir porque los dioses lo amaban. Lo redime muriendo en su lugar, como en la más recurrente vegeneración arquetípica de las filosofías herméticas en las que el hombre sueña renacer con el conocimiento adquirido en toda una anterior vida dedicada al aprendizaje. Como el astronauta envejecido una vez dentro del monolito mientras vuelve a sonar STRAUSS; esta vez El Danubio Azul o, más contemporáneamente, como Kurk COBAIN volándose los sesos enchido de insoportable éxito por el icono del grunge, un disco paradójicamente intitulado: In Utero.
Pues el hombre ama y respeta al hombre mientras no se halle en condiciones de juzgarlo, y el deseo vehemente es el resultado de un conocimiento imperfecto.

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